El día 21 de Agosto se realizará la presentación de la antología "Una Mirada al Sur 2012" de la que un cuento escrito por mí -La Rueda- será participante.
Cada memoria
enamorada guarda sus magdalenas y la mía -sábelo, allí donde estés- es el
perfume del tabaco rubio que me devuelve a tu espigada noche, a la ráfaga de tu
más profunda piel. No el tabaco que se aspira, el humo que tapiza las gargantas,
sino esa vaga equívoca fragancia que deja la pipa, en los dedos y que en algún
momento, en algún gesto inadvertido, asciende con su látigo de delicia para
encabritar tu recuerdo, la sombra de tu espalda contra el blanco velamen de las
sábanas.
No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco
infantil que hacia de tu rostro una máscara de joven faraón nubio. Creo que
siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas
del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De ti tengo más que eso, pero
en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa
cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de
tanto desembarco amable o resistido de embajadas con cestos de frutas o
agazapados flecheros, y cada pozo, cada río, cada colina y cada llano los
hallamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos.
¡Oh viajera de ti misma, máquina de olvido! Y entonces me paso la mano por la
cara con un gesto distraído y el perfume del tabaco en mis dedos te trae otra
vez para arrancarme a este presente acostumbrado, te proyecta antílope en la
pantalla de ese lecho donde vivimos las interminables rutas de un efímero
encuentro.
Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría
de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de
tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía. Con el
perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un
instante que es como un vórtice, sé que dijiste " Me da pena, y yo no comprendí
porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía
ovillo blanco y negro, lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego
dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando
blandamente y desligándose hasta otra vez ovillarse y repetir las caída desde lo
alto o lo hondo, jinete o potro arquero o gacela, hipogrifos afrontados,
delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro
nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya
tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder
los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que
el negro nido de tu pelo.
Dijiste "Me da pena, sabes", y volcada de espaldas me miraste
con ojos y senos, con labios que trazaban una flor de lentos pétalos. Tuve que
doblarte los brazos, murmurar un último deseo con el correr de las manos por las
más dulces colinas, sintiendo como poco a poco cedías y te echabas de lado hasta
rendir el sedoso muro de tu espalda donde un menudo omóplato tenía algo de ala
de ángel mancillado. Te daba pena, y de esa pena iba a nacer el perfume que
ahora me devuelve a tu vergüenza antes de que otro acorde, el último, nos alzara
en una misma estremecida réplica. Sé que cerré los ojos, que lamí la sal de tu
piel, que descendí volcándote hasta sentir tus riñones como el estrechamiento de
la jarra donde se apoyan las manos con el ritmo de la ofrenda; en algún momento
llegué a perderme en el pasaje hurtado y prieto que se llegaba al goce de mis
labios mientras desde tan allá, desde tu país de arriba y lejos, murmuraba tu
pena una última defensa abandonada.
Con el perfume del tabaco rubio en los dedos asciende otra
vez el balbuceo, el temblor de ese oscuro encuentro, sé que una boca buscó la
oculta boca estremecida, el labio único ciñéndose a su miedo, el ardiente
contorno rosa y bronce que te libraba a mi más extremo viaje. Y como ocurre
siempre, no sentí en ese delirio lo que ahora me trae el recuerdo desde un vago
aroma de tabaco, pero esa musgosa fragancia, esa canela de sombra hizo su camino
secreto a partir del olvido necesario e instantáneo, indecible juego de la carne
oculta a la conciencia lo que mueve las más densas, implacables máquinas del
fuego. No eras sabor ni olor, tu más escondido país se daba como imagen y
contacto, y sólo hoy unos dedos casualmente manchados de tabaco me devuelven el
instante en que me enderecé sobre ti para lentamente reclamar las llaves de
pasaje, forzar el dulce trecho donde tu pena tejía las últimas defensas ahora
que con la boca hundida en la almohada sollozabas una súplica de oscura
aquiescencia, de derramado pelo. Más tarde comprendiste y no hubo pena, me
cediste la ciudad de tu más profunda piel desde tanto horizonte diferente,
después de fabulosas máquinas de sitio y parlamentos y batallas. En esta vaga
vainilla de tabaco que hoy me mancha los dedos se despierta la noche en que
tuviste tu primera, tu última pena. Cierro los ojos y aspiro en el pasado ese
perfume de tu carne más secreta, quisiera no abrirlos a este ahora donde leo y
fumo y todavía creo estar viviendo.