miércoles, 30 de julio de 2008

Una tarde como otras...


Tomó el tren como de costumbre, le esperaba un largo viaje hasta su casa. Como siempre se hundiría en los círculos que armaba con sus pensamientos, cada vez más cerrados, más pequeños que poco a poco se unían formando una espiral descendente, infinita, sin salida...
¿Qué hago acá? ¿Cómo llegué? Decí que los pibes son buenos, ¡Qué curso 2ª 3ª!
-4 por $2, lleve marca, lleve calidad, 4 alfajores por $2.-
No, gracias ¿lo llamo? ¿para qué? si me necesita lo hará...sólo si me necesita...uh! mirá con lo que sube...qué mugre...ay ese bebe ¡cómo puede ser que lo lleve así colgado! ¡qué peligro! Estoy cansada de esta espera, de tanta distancia ¿por qué siempre espero? ¿por qué nunca exijo?...tengo miedo ya se...miedo a perderlo. Por lo menos tendría que decirle lo que me molesta. ¡Ese otra vez!
-Perdón por la molestia estimados pasajeros, les traigo directamente de cedemiusic este producto solo para la venta directa en medios de transporte público. Lo mejor en CD de Reggaton, Latino, lentos de los 80. Uno por $4 ó 3 por $1o...
A veces mezclo todo, es que las frases se me quedan como puñales en el alma...no te daré nada...soy un cagón...odiame si querés...todo lo que te dí fue verdad...viví con vos los mejores momentos de mi vida...te llevo siempre en mí..¿y qué? no está, no lo tengo, no puedo tocarlos, sentirlo...me asfixio, ¿será el calor que hace?...no soy yo, me asfixio sin él. Uh! no tengo que olvidarme que Rocío me pidió marcadores ¿qué más era? hojas Nª 5 o 3, ¡compro de las dos! total siempre necesita. ¿Acá bajo? no falta... estoy distraida, y si leo un poco... Puig me fascina y por ahí me saca los pajaritos de la cabeza. Suena el celu...pero acá no lo saco ni loca, total es un mensaje y falta poco. A ver..."la imposibilidad de volver al frente, la propuesta de alquilar la casa el solo la pena de la solterona al verlo, la amargura del muchacho, las palabras secas a la sirvienta, las órdenes secas, traiga lo que le pido y déjeme solo, no haga ruido que estoy muy nervioso, la cara linda y alegre del muchacho, las palabras secas a la sirvientita y me dije yo ¿qué es lo que hace linda a una cara? ¿por qué da tantas ganas de acariciarla a una cara bonita? ¿por qué me dan ganas de siempre tenerla cerca a una cara linda, de acariciarla y de darle besos?" ...sus labios, su piel, su olor, mi lengua en su piel, sus manos en mi cuerpo...ay! me duele la piel, mi alma parece que se corporiza y lo extraño en la piel. ¿dónde estará? ¿con quién estará?...lo amo...lo amo...Debo bajar...a ver...la panadería está abierta, aprovecho y compro el pan antes de tomar el colectivo. No voy a llamarlo ¿para qué? Medio kilo por favor, un paquete de pan rallado y esas galletitas, no... las de al lado. Sí, si, gracias. Debo pasar por la librería. ¿Cuánto es?
-$12,10 sra., ¿monedas?
No nada, con esto de los colectivos no tengo ni una. Debo comprenderlo, no hay caso, tiene mil cosas. A veces pienso que es un inmaduro pero ¿qué puedo hacer? ¿por qué entenderlo? Quien me entiende a mí.
-Su vuelto.
Gracias, hasta mañana. ¡El traje! Debía mandarlo a la tintorería. Le mando un mensaje a Rocío para que lo lleve. Ah! me había olvidado, mirá vos el mensaje era de ella. Se queda de Julieta, siempre lo mismo, ¡me tiene podrida! mejor que se quede, cuando vuelvo lo llevo yo. ¡Quien me entiende a mí! Siempre estoy cuando me necesita...y para mí nunca está. Cruzo a la librería en un toque. ¡Mi gordita! esa nena me hizo acordar a mi gordita, si no fuera por mi gordita...Sí, sigo yo. Dame unos marcadores de 6 y hojas Nª 5 y 3.
-¿Algo más? $ 8.50.
Nada más, gracias, aquí tenés. Chau. ¿Me querrá o sólo fui un trampolín para despegar y adiós? Lo necesito...lo necesito...¿por qué lo necesito tanto? En realidad no vale la pena, nunca valió la pena...la soledad es una enemiga mortal y nos hace creer cualquier cosa...me siento sola es eso...él no vale la pena...nunca o valdrá...nunca tuvo valor...nunca lo tendrá...Y no es que yo sea gran cosa...pero ¡valgo la pena carajo! y solo hasta ahora me he dejado pisotear. Basta. Basta. No quiero llorar...uy! llueve, me salva de las lágrimas...las disimulo...ahí viene el colectivo pero no lo correré, iré tranqui...o sí...por la gordita...pero se que nada más...él no vendrá....no vendrá nunca...Uno de $1 por favor.
La Negra.

martes, 29 de julio de 2008

La Distancia, el Amor..y Serú Girán.

Para vos...para mí...hoy más que nunca..y desde el fondo del alma....






Serú Girán - Nos veremos otra vez



Aunque te abraces a la luna
aunque te acuestes con el sol.
No hay más estrellas que las que dejes brillar
tendrá el cielo tu color
no estés solo en esta lluvia
no te entregues por favor!
Si debes ser fuerte en estos tiempos
para resistir la decepción y quedar abierto,
mente y alma, yo estoy con vos.
Si te hace falta quien te trate con amor
si no tenés a quien brindar tu corazón
si todo vuelve cuando más lo precisás
nos veremos otra vez.
No estés sola en esta lluvia
no te entregues por favor.
Si debes ser fuerte en estos tiempos
para resistir la decepción y quedar abierto,
mente y alma, yo estoy con vos.
Si te hace falta quien te trate con amor
si no tenés a quien brindar tu corazón
si todo vuelve cuando más lo precisás
nos veremos otra vez.

sábado, 26 de julio de 2008

El tiempo...siempre el tiempo...

ARTEFACTOS PARA MATAR EL TIEMPO.
Por Luisa Valenzuela.
En esa casa los venden al por mayor y de todos los tamaños y calidades. La venta al detalle no se realiza en parte alguna quizá porque para matar el tiempo resulta imprescindible matar mucho tiempo. La mira telescópica o el sutil rayo láser para matar un minuto o dos de tiempo se hacen totalmente prescindibles porque quién, pregunto, ¿quién no ha sabido sacrificar sus momentos más valiosos en aras de una guiñada o de un simple suspiro? (las cosas que hay que ver, las cosas que hay que oír y todo lo que nos distrae de nuestro empeño).
Y también están aquellos asesinos consumados que matan horas y horas con una simple abúlica sonrisa. La sonrisa es una de las mejores armas para matar el tiempo, siempre y cuando se aprenda a dejarla quieta y como suspendida en una nada dentro de la cual no flota pensamiento alguno. La sonrisa no se consigue en los negocios de venta de artefactos contra el tiempo, lo que sí se consigue es la nada, piezas enteras de una nada espumosa, sosegante, en la que uno puede dejar flotar la mente y olvidarse del tiempo.
Así como la nada, existen mil otros productos contra el tiempo, pero no debe pensarse que el tiempo se deja matar así nomás; nada de eso. El tiempo se defiende a muerte de la muerte, y nos suele poner en esas coyunturas en que cada minuto vale oro, y después nos esquiva el bulto y se nos pasa volando. Difícil resulta apuntar con precisión a un tiempo que corre a la velocidad del rayo y que para colmo es inasible, invisible, inodoro, insalubre, indoloro y elástico.
De ahí la pluralidad de armas y los inventos que a diario se ponen en vigencia para lograr el milagro porque ¿quién no quisiera tener como trofeo en su escritorio una porción de tiempo embalsamado? Cazadores de tiempo hay a montones: gente siempre dispuesta a la inactiva misión de matar el tiempo o pescarlo con trampas.
Sólo resulta necesario tomar en cuenta que las armas para este fin son siempre de doble filo y en más de una oportunidad se vuelven contra el usuario.
Aunque con armas o sin ellas ¿no? uno puede pasarse casi toda la vida matando alegremente el tiempo sin tomar en cuenta que en última instancia el tiempo gana siempre la partida y tarde o temprano acaba por matarlo a uno.


sábado, 19 de julio de 2008

Roberto Fontanarrosa


"Nada nos deja mas en soledad si la alegría si se va..." dice Fito Páez despidiendo a otro Rosarino, alberto Olmedo. Hace un año partió dolorosamente Fontanarrosa. Simplemente y a modo de homenaje va este cuento...qué lo parió!
Mamá
Roberto Fontanarrosa
A mi mamá le gustaba mucho el trago. No puedo decir que tomaba una barbaridad, pero, a veces, cuando a la noche se acercaba a darme un beso, yo podía percibir su aliento pesado por el alcohol. Ella siempre me besaba antes de irse a dormir. Yo era chico, estoy hablando de cuando tenía 8 o 9 años. Ella se quedaba viendo televisión hasta tarde y, antes de ir a acostarse, venía y me daba un beso. Nunca dejaba de hacerlo. En la mayoría de los casos yo fingía dormir. O, si estaba dormido, habitualmente ella me despertaba sin querer porque se tropezaba contra los muebles en la semipenumbra. Tampoco podría precisar cuándo fue que ella empezó a beber con mayor asiduidad. Cuando nuestro padre vivía con nosotros, mamá casi no tomaba. En el almuerzo solía llenar su vaso con soda y luego coloreaba la soda con un chorrito mínimo de vino. Cuidadosamente, como si fuera un químico elaborando una fórmula altamente explosiva. Pero lo cierto es que, esas noches, en ocasiones, yo podía adivinar cuándo se asomaba a la puerta de mi cuarto por el aliento. Me llegaba una varanda espesa a vino común. Así y todo, me gustaba mucho que viniera a darme un beso. Además, musitaba algo, como una plegaria o una bendición, que yo no llega a escuchar, pero agradecía.
Bebía a escondidas o, al menos, no lo hacía abiertamente frente a mí. Seguía tomando el vaso de soda coloreada al mediodía y también a la noche, pero nada más que eso. No sé si tomaría frente a Alcira, la señora que venía una vez a a la semana a planchar, o en compañía de Zulema, la vecina del segundo piso, pero al menos frente a mí conservaba cierto recato. Poco tiempo después, cuando yo regresaba de la secundaria, había ocasiones en que la encontraba tirada en el gallinero. Tenía un gallinero que compartíamos con Zulema, en uno de los ángulos de la terraza. Varias veces la encontré a mamá tirada entre las gallinas, que la picoteaban. No era lindo de ver. Las gallinas le ensuciaban encima, o ella se ensuciaba con la caca de las gallinas y, además, se le llenaba el vestido de plumas. Yo no sabía bien qué hacer en esas ocasiones. Al principio me volvía al departamento y me hacía la leche yo solo, para no ponerla en el difícil trance de explicarme su situación. Pero una vez, enojado, la zamarreé hasta despertarla. Me dijo que se había dormido sin querer, mientras buscaba huevos para la noche; que el sol estaba muy lindo allí en la terraza. Pero olía espantoso y no sé dónde metía las botellas.
Compraba, recuerdo, licor de huevo al chocolate. Las borracheras con licor de huevo al chocolate son terribles, devastadoras. Había días en que amanecía verde, descompuesta, con un dolor de cabeza infernal. Me decía que había tomado una copita de licor de huevo y le había caído mal. Que el hígado le latía. Siempre recuerdo esa expresión suya, "que el hígado le latía". Era muy ocurrente para hablar, muy divertida. Pero yo veía, en el cajón de basura, cómo se acumulaban las botellas. se escondía para beber. A veces mirábamos televisión -a ella le gustaba muchísimo el programa de Pipo Mancera- y de pronto se iba al baño. Sabía que el baño era un lugar eminentemente privado y que yo no me iba a atrever a espiarla allí, como sí lo había hecho una vez cuando ella se metió debajo de la mesa del living con la excusa de buscar un carretel de hilo que se le había caído. Alcé el mantel y la sorprendí con una petaca.
Me empecé a preocupar realmente cuando se tomó una botella de alcohol Abeja, un alcohol para desinfectar lastimaduras. Mamá era increíblemente dulce conmigo. Un día yo me corté un dedo recortando figuritas con la tijera. Desde chico me gustó recortar figuritas de la revista de modas. De los figurines, como decía ella. Me salía bastante sangre. La yema del dedo siempre sangra mucho. Ella vino corriendo con gasa y la botella de alcohol. Me puso alcohol en el dedo y después, directamente del pico del frasco, se tomó un trago. "¡Mamá!", la alerté. Mi padre nos retaba cuando nosotros bebíamos directamente del pico, aun siendo gaseosas. "Es que me ponés nerviosa", me dijo. Pero después se tomó todo lo que quedaba en el frasco. Sin embargo, no dio señales de que le hubiese caído mal ni mucho menos. Tenía bastante conducta alcohólica con el Abeja. No así con el perfume. Un día la acompañé a una perfumería, después de ir al cine. A ella le gustaba mucho el cine, en especial las películas de piratas. Vio tres veces Todos los hermanos eran valientes. Conozco mucha gente que ha visto tres veces una misma película. Pero ella la vio en un mismo día. Me dijo que quería comprarse un perfume. A la vendedora le pidió alguno que fuera frutado. Yo no creo que mamá tuviese un gusto refinado para los vinos. Se había hecho, lógicamente, dentro de los parámetros de la clase media. Y mi padre no pasaba de los vinos Chamaquito, Copiapó o Fuerte del Rey. Yo la veía aparecer a mamá oliendo a perfume y nunca sabía si se lo había puesto o se lo había tomado. O las dos cosas. Era difícil, sin embargo, verla dando pena o tambaleante. Se dormía con facilidad, eso sí, como en el caso con las gallinas, o se le ponía un poquito pesada la lengua, pero nada más. Podría afirmar, por ejemplo, que nunca me hizo pasar un papelón en alguna fiesta familiar. Yo detectaba un cierto cuidado, una cierta atención especial hacia ella de parte de mis tías o de abuela Alicia, como decir: "Sacale la copa a Dora" o "Decile a Dora que pare", pero nada más. Algún codazo intencionado, a veces, cuando mamá preguntaba por el clericó. Eso sí, se reía con mucha facilidad cuando tomaba, lo que no dejaba de ser, por otra parte, un costado simpático de su personalidad. Admito que hubo una especie de nervio y hasta una suerte de incomodidad en mi tío Adalberto, durante un almuerzo improvisado en casa de Chuco y Popola, cuando mamá no pudo parar de reírse en toda la sobremesa, aunque acabábamos de llegar del entierro de tía Clorinda. Pero era una mujer encantadora.
En verdad encantadora. Siempre alegre, siempre dispuesta, pese a todos los problemas que vivimos y al asunto de papá, antes de que se fuera de casa. A la que no le gustaba nada el asunto era a Elenita, mi hermana. Obvié contar que tengo una hermana mayor que se llama Elena. Ella se ponía fatal cuando pasaban esas cosas, no soportaba que mamá bebiera como no lo soportaba a papá, tampoco, por otras razones. En el caso de papá, creo que tenía algo de razón. Con mamá, en cambio, era excesivamente dura. Un psicólogo me dijo que mi hermana reclamaba lo que a ella le correspondía.
No sé si coincido demasiado con eso. Por suerte, nunca Elenita encontró a mamá tirada entre las gallinas en el gallinero. Lo que pasa es que mi hermana nunca subía a la terraza, porque decía que le tenía terror a las alturas y porque aún conserva una extraña alergia a los animales con plumas. Veía un pollo y se brotaba. Si comía algo que incluyera gallina, se hinchaba como un globo.
Aunque no supiera que el plato contenía gallina, lo mismo se hinchaba, con lo que quiero decir que no era algo meramente psicológico. Un día, tía Chuco, pobre, desconociendo el problema de Elena, le regaló una gallinita de chocolate para Pascuas, y a mi hermana la salvaron con un Decadrón. Se le había hinchado tanto la cara que parecía una japonesa. Los ojos eran dos tajos. Ella, justamente, que siempre ha presumido de tener ojos muy lindos. Pero mamá le caía muy bien a todo el mundo. En realidad, el problema de mamá no era el alcohol. Era el cigarrillo.
Fumar sí, lo hacía públicamente. En eso diría que fue una adelantada del feminismo. Una activista. Ella me contaba que fumaba desde los 11 años, a instancias de su padre, que tenía un puesto alto en el ferrocarril Mitre. El padre la convidó con un cigarro de hoja, muy fuerte, justamente para que le desagradara y nunca más probara el tabaco, pero ella se envició. Había momentos en que eso sí me molestaba, porque fumaba mientras comía.
Dejaba el cigarrillo -fumaba Marvel cortos, negros, sin filtro-, cortaba un pedazo de milanesa, por ejemplo; lo masticaba, lo tragaba y le pegaba otra pitada al cigarrillo. Tenía el dedo índice y el anular de la mano derecha amarillos por la nicotina, casi verdes.
Había veces en que mi padre le reprochaba que fumara durante la comida, agitando la mano exageradamente frente a su cara, como apartando el humo. "Es mi único vicio", decía mamá. Y en esos momentos era verdad, pues creo que ella empezó a beber vodka y ginebra después de que se marchó mi padre, sin que nadie supiera muy bien por qué. Y no pienso que mamá se lanzara a la bebida para olvidar el abandono de mi padre. Creo que, simplemente, se sintió liberada y ya pudo hacerlo sin mayores complejos ni presiones, salvo la actitud recriminatoria de Elena. Elena a veces se levantaba antes de la mesa, molesta por el humo. Se hacía la que tosía, incluso, para que no la retaran reclamándole que comiera el postre.
Elena fue siempre muy dramática, muy histriónica. En casa éramos de una clase media típica. Pero de aquellos tiempos, cuando la clase media vivía bien, cómoda, tranquila. Al mediodía comíamos tres platos, por ejemplo. Una sopa de entrada, el plato fuerte y el postre, que casi siempre era fruta o queso y dulce. Elena tosía, se levantaba y se iba. Siempre fue un poco teatral mi hermana. Para empezar a fumar, mamá aprovechaba cuando la sopa estaba bien caliente y echaba humo. Suponía que el humo de sus cigarrillos se mezclaba con el de la sopa y así se disimulaba.
Sin embargo, no era abusiva. No era una persona a la que le importara muy poco lo que pasaba a su alrededor, con sus semejantes. La prueba es que se ofrecía, en ocasiones, a ir a leerles a los enfermos. El problema es que les leía sólo lo que le gustaba a ella y tuvo una agarrada muy fuerte con un estibador que había perdido una pierna al caérsele encima una grúa portuaria, y a quien mamá insistía en leerle Mujercitas, de Luisa M. Alcott. Digamos -para que quede claro- cuando papá y Elena insistieron con sus quejas por el hecho de que mamá fumaba en la mesa, dejó de hacerlo. Así de simple. Dejó de hacerlo. Fue cuando empezó a mascar tabaco, una costumbre que yo creía desaparecida con los últimos arrieros. Cuando compraba la fruta, mamá se traía para ella unas hojas de tabaco, las plegaba, se las metía en la boca y comenzaba a masticarlas. Es cierto, no producía humo, pero llegaba un momento en que se le escapaba un hilo de saliva marrón verdoso por la comisura de los labios, que me desagradaba mucho. Debo reconocer que siempre he sido un tipo bastante sensible. Y de chico, más.
Con el tiempo, mamá volvió a fumar. Le molestaba tener que ir a escupir al baño cada tanto, mientras masticaba tabaco, ya que, cuidadosa, no quería hacerlo frente a nosotros. Apunto que era muy obsesiva con el cuidado de la casa. Enormemente prolija, muy aficionada a los mantelitos calados, a las cortinas con encajes, a los macramés, a las puntillas. Bordaba muy bien. A mí me gustaba mirarla por las noches acostado en su cama, escuchando en la radio el Radioteatro Palmolive del Aire, mientras ella bordaba pañuelitos, masticando tabaco.
Era muy hábil para las manualidades. Después empezó a armar sus propios cigarrillos. Al terminar el almuerzo se recostaba en una reposera, en el patio, y empezaba a armar los cigarrillos. Tenía su propio papel, su propio tabaco. Era lindo mirarla mientras humedecía con saliva el borde del papel, apretaba el cilindrito como si fuera un canelón minúsculo, lo encendía, entrecerraba los ojos en tanto el humo subía. Empezó a hacer eso, es claro, cuando tuvo más tiempo, cuando ya papá se había ido y tampoco le aceptaban tanto que fuera a leerles a los enfermos. Toda una sala del Clemente Alvarez había hecho una huelga de hambre contra su presencia. Llegaron a organizar una marcha de protesta contra mamá, un tanto injustamente, porque ella tenía la mejor de las voluntades.
En esa marcha un anciano, a poco de intentar caminar, sufrió la dolorosa revelación de descubrir que le habían amputado una pierna, lo que provocó más animosidad contra mi madre. Pero a ella no le importaba demasiado. Le bastaba tenernos a mí y a mi hermana, pese a que Elena también se iría poco tiempo después, cuando mamá le tomó -le bebió, digamos- un perfume carísimo que le había regalado su primer novio, el imbécil de Gogo Santiesteban.
Por cierto, cuando se le dio por fumar toscanitos Génova, el aliento que tenía por las noches, cuando se acercaba a darme el beso de despedida, era insoportable. Es duro decirlo, pero es así. Era como si hubiesen destapado una cisterna cenagosa, con agua estancada, con aguas servidas, una mezcla de solución biliosa con aroma a animal muerto.
Era feo. Con el tiempo le daban accesos de tos muy fuertes. Ella decía que era culpa de la pelusa de las bolitas de los paraísos, esos árboles que, en verdad, le han arruinado los pulmones a más de un rosarino. Y luego, años después, le echaba la culpa a ese polvillo que llegaba desde el puerto, cuando los barcos cargaban cereal, no sé cómo le llaman. Tomaba miel, entonces, para suavizarse la garganta. Comía pastillas de oruzus. O iba a buscar huevos a la terraza para mezclarlos con coñac y quitarse la carraspera, y allí es cuando yo solía encontrarla tirada en el gallinero. Tenía linda voz mamá, muy cristalina, y solía cantar una canción que hablaba de la hija de un viejito guardafaros, que era la princesita de aquella soledad. O esa otra que decía "en qué se mete, la chica del diecisiete".
Pero se negaba a culpar al tabaco por su tos, cuando parecía que iba a escupir los dos pulmones a cada momento. Se le salían los ojos de las órbitas y lagrimeaba. Nunca la vi lagrimear por otra cosa a ella. Era muy alegre y ponía al mal tiempo buena cara. De inmediato mezclaba coñac con leche bien caliente, y decía que eso le calmaría la picazón de garganta, producida por las bolitas de paraíso.
Yo sabía perfectamente que ése era un remedio para bajar la fiebre, pero ella se tomaba tres o cuatro vasos y luego me decía que se sentía mejor. Cantaba para demostrármelo. Pero son cosas que, tarde o temprano, afectan a una persona. Tiempo después, de grande, a mamá se le habían caído dos uñas de los dedos de la mano derecha por la nicotina y al respirar se le escuchaba un crujido, como el que hace un sillón de mimbre al recibir el peso de una persona. Se agitaba con facilidad y casi no podía subir los veinte escalones hasta le terraza. Sin embargo, sin embargo, yo creo que el problema de mamá no era el tabaco. Era el juego.
Ella sostenía que nunca jugaban por plata, con sus amigas, tía Eve, Zulema y las hermanitas Mendoza. Se encontraban una vez a la semana en casa de Zulema, casi siempre, y jugaban a la canasta uruguaya. se pasaban, a veces, seis o siete horas jugando. "Es mi único vicio", decía mamá, y tal vez fuera cierto. Ella decía que el vino y el tabaco constituían, apenas, rasgos de personalidad.
Lo cierto es que muchas veces desaparecían cosas de casa. Adornos, jarrones, espejos o ropa de ella misma, y yo estoy seguro de que eso sucedía porque eran cosas que perdía en el juego con sus amigas. Reconocí, un día, un prendedor con forma de lagarto, muy lindo, verdecito, que le había regalado mi padre para el Día del Empleado Bancario, en la pechera de Marilú, una de las hermanas Mendoza.
Yo no me animé a decir nada, pero mi hermana sí le preguntó, y Marilú dijo que se lo habían regalado, que eran muy comunes. Que si uno en Casa Tía, por ejemplo, compraba cosas por más de un determinado valor, le regalaban uno de esos prendedores de lagarto. Era difícil de creer. Como cuando Zulema apareció con una estola, una boa símil zorro que a mí me impresionaba de chico porque tenía la cabeza disecada del animal sacando un poco la lengua que, sin lugar a dudas, era la misma boa que había sido de mamá. Mamá me dijo que se la había regalado a Zulema para su cumpleaños, pero yo no le creí. Lo mismo pasó con la bicicleta de Elena y creo que ésa fue otra de las cosas que mi hermana no pudo digerir y la llevó a irse de la casa. Aunque, en rigor de verdad, mi hermana ya hacía mucho que había dejado de andar en bicicleta cuando sucedió aquel asunto, pero lo mismo se enojó.
Para mamá fue un golpe fuerte cuando le prohibieron la entrada al otro hospital, el Vilela. Ya en el Clemente Alvarez le impedían leerles a los enfermos, a partir de aquel problema con el portuario, y más que nada cuando decidió leerle La peste, de Camus, a un grupo que estaba en terapia intensiva. Entonces optó por ir al Vilela y jugar a los naipes con los internados, para entretenerlos. Supe que eso iba por mal camino cuando volvió a casa con un papagayo enlozado, casi nuevo. Me negó que se lo hubiera ganado a un tuberculoso en una partida de monte criollo. Insistía en que se lo había regalado un viejito nefrítico que estaba enamorado de ella. Admito que, de última, se había vuelto bastante mentirosa. "Imaginativa", decía ella, riéndose de mis reproches. Porque siempre me negó que ella jugara con los enfermos por dinero. Pero solía ganarles cosas valiosas a los pobres viejos. Bastones, piyamas, radios portátiles, cosas que significaban mucho para ellos. "Me sorprende de vos -le dije un día-. Siempre fuiste una persona muy buena y amable con la gente." Se puso seria. "Son viejos enfermos, terminales algunos, indefensos", le insistí. Fue la primera vez, podría jurarlo, que percibí una arista dura en sus palabras. "Las deudas de juego se pagan", me dijo, y encendió un Avanti.
Cuando perdimos el departamento y debimos mudarnos a uno mucho más chico, fue demasiado para mí. Ella decía que mi padre y Elena ya no estaban con nosotros, y que era al divino botón mantener un departamento tan grande como el de la calle Catamarca. Que a ella le costaba mucho cuidarlo, limpiarlo y arreglarlo. Pero yo sabía que eran todas mentiras. Que había perdido el departamento en una partida de pase inglés jugando en el subsuelo del Club Náutico Avellaneda. Me fui a vivir, entonces, con Mario, un amigo. Me costó sangre, porque he querido muchísimo a mi madre. Aún la quiero.
La última vez que la vi la noté mal. No nos vemos muy a menudo. Está muy encorvada, los ojos salidos de las órbitas y su piel luce un color grisáceo arratonado. Sigue, de todos modos, siendo una persona encantadora, de risa fácil y trato jovial. La vi tan desmejorada que me tomé el atrevimiento de llamar al doctor Pruneda para preguntarle por su salud. El doctor Pruneda me tranquilizó. Me dijo que mamá está muy bien. Demasiado bien para sus vicios. Pero me dijo que el problema de ella no es el alcohol ni el tabaco ni el juego. Y me dio el nombre de una enfermedad. Ninfomanía, me dijo. Y reconozco que no quise averiguar nada más. Incluso ni siquiera le pregunté a Carlos, que está estudiando medicina y hubiera podido explicarme. Pero él se pone como loco cuando le toco el tema de mi familia. No sé, por lo tanto, qué significa esa palabra que me dijo el médico ni quiero saberlo. Temo enterarme de que a mi madre le queda poco tiempo de vida. Y prefiero guardar en mi memoria, en el recuerdo, esa imagen que siempre he tenido de ella. Esplendorosa, vital, encantadora, cariñosa y alegre.

miércoles, 16 de julio de 2008

Creo que esto es algo que mucho le pedimos a la vida...

Esto es sólo para aquellos que pueden mirar más allá de las palabras. Es para aquellos que quieren interrogar a la vida, patear tableros y romper esquemas. Para aquellos que no se conforman con lo dado. Pero también para aquellos que aman y conocen la dureza del mar. Bello, atrapante, pero final...navegar en él y estar en su inmensidad nos pone en contacto con el ser...con nuestro yo más íntimo. Sin tierra alrededor lo único que nos salva es aferrarnos a la vida o dejarnos llevar. Creo, mis amigos, que el mar es una metáfora de la vida y los barcos que navegan, nuestros propios cuerpos que van a la deriva con mayor o menor destreza. A vivir, a patear, a cuestionar....Después el mar es duro...Y llueve sangre...nos confieza el poeta...

EL BARCO




Pero si ya pagamos nuestros pasajes en este mundo
por qué; por qué no nos dejan sentarnos y comer.
Queremos mirar las nubes,
queremos tomar el sol y oler la sal,
francamente no se trata de molestar a nadie,
es tan sencillo: somos pasajeros.




Todos vamos pasando y el tiempo con nosotros:
pasa el mar, se despide la rosa,
pasa la tierra por la sombra y por la luz,
y ustedes y nosotros pasamos, pasajeros.




Entonces, ¿qué les pasa?
¿Por qué andan tan furiosos?
¿A quién andan buscando con revolver?




Nosotros no sabíamos
que todo lo tenían acupado,
las copas, los asientos,
las camas, los espejos,
el mar, el vino, el cielo.




Ahora resulta
que no tenemos mesa.
No puede ser, pensamos.
NO pueden convencernos.
Estaba oscuro cuando llegamos al barco.
Estábamos desnudos.




Todos llegábamos del mismo sitio.
Todos veníamos de mujer y de hombre.
Todos tuvimos hambre y pronto dientes.
A todos nos crecieron las manos y los ojos
para trabajar y desear lo que existe.




Y ahora nos salen con que no podemos,
que no hay sitio en el barco,
no quieren saludarnos,
no quieren jugar con nosotros.




¿Por qué tantas ventajas para ustedes?
¿Quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?




Aquçi no están contentos,
así no andan las cosas.




No me gusta en el viaje
hallar, en los rincones, la tristeza,
los ojos sin amor o la boca con hambre.




No hay ropa para este creciente otoño
y menos, menos, menos para el próximo invierno.
¿Y sin zapatos cómo vamos a dar la vuelta
al mundo, a tanta piedra en los caminos?




¿Sin mesa dónde vamos a comer,
dónde nos sentaremos si no tenemos silla?




Si es una broma triste, decídanse, señores,
a terminarla pronto
a hablar en serio ahora.




Después el mar es duro.




Y llueve sangre.



PABLO NERUDA, en Navagaciones y regresos 1959

viernes, 11 de julio de 2008

Una tarde soñada en la esquina Homero Manzi.


La foto que acompaña este artículo fue tomada en un bar que se encuentra en la "esquina Homero Manzi", ¿dónde? ¡La pregunta! en San Juan y Boedo (antiguo...y todo el cielo..Pompeya y más allá la inundación). Tuve el privilegio de pasar una maravillosa tarde entre tangos, poemas de Oliverio Girondo y la revista Hortensia para que no falte un toque de humor autóctono pero nada porteño. Culminó (no se si bien) con un tango cantado por mí (por eso no digo no se si bien, jijiji) Balada para un loco, escrito por Horacio Ferrer y con música de Astor Piazzola (perdon a ambos!!!). Comparto la letra e invito a todos los locos que quieran subirse conmigo a mi ilusión super sport y compartir esta ternura de loca que hay en mí....
BALADA PARA UN LOCO
Para recitar
Las tardecitas de Buenos Aires tiene ese qué sé yo, ¿viste?
Salgo de casa por Arenales, lo de siempre en la calle y en mí,
cuando de repente, detrás de ese árbol, se aparece él,
mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte
en el viaje a Venus.
Medio melón en la cabeza,las rayas de la camisa pintadas en la piel,
dos medias suelas clavadas en los pies,y una banderita de taxi libre en cada mano... Ja...ja...ja...ja...
Parece que sólo yo lo veo,
porque él pasa entre la gente
y los maniquíes me guiñan, los semáforos me dan tres luces celestes
y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares,
y así, medio bailando, medio volando,se saca el melón,
me saluda, me regala una banderita
y me dice adiós.
Para cantar:
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao,
no ves que va la luna rodando por Callao
y un coro de astronautas y niños con un vals
me baila alrededor...
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao,
yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste; vení, volá, sentí,
el loco berretín que tengo para vos.
Loco, loco, loco, cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré, con un poema
y un trombón, a desvelar tu corazón.
Loco, loco, loco, como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad, ya vas a ver.
Para recitar:
Y así el loco me convida a andar
en su ilusión súper-sport,y vamos a correr por las cornisas
con una golondrina por motor.
De Vieytes nos aplauden:
Viva, viva...los locos que inventaron el amor;
y un ángel y un soldado y una niña
nos dan un valsecito bailador.
Nos sale a saludar la gente linda
y el loco, pero tuyo, qué sé yo,
provoca campanarios con su risa
y al fin, me mira y canta a media voz:
Para cantar:
Quereme así, piantao, piantao, piantao...
trepate a esta ternura de loco que hay en mí,
ponete esta peluca de alondra y volá,
volá conmigo ya:vení,
quereme así piantao, piantao, piantao,
abrite los amores que vamos a intentar
la trágica locura total de revivir,vení, volá, vení, tra...lala...lara...

sábado, 5 de julio de 2008

Pensar en un hombre se parece a salvarlo...Roberto Juarróz


Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie,ni yo,me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.
R.J.

viernes, 4 de julio de 2008

Miradas Prestadas: Ariadna.


Tengo la necesidad de contarle. A mí también me pasó, como ud. lo contó. Quiero hablar...no quiero tener rencor contra la gente. La Yamila y la Nadia me conocen, soy amigas de ellas desde el jardín. Fuimos a la salita amarilla en el jardincito "Los soles" ¿lo conoce? Sí, el del Barrio San Alberto. Soy buena , se lo juro.
Ay! me aparece su cara una y otra vez, y no quiero. Lo veo por las noches, hace años que no duermo. Recuerdo su mano en mi hombro y vuelvo a temblar...¿Sabe? si alguien me roza quiero gritar.
¿Por qué no grité? ¡Dígame! ¿Por qué?...¡NO!, no quiero agua, necesito hablar...desde ese día me siento sucia y quiero limpiarme.
Ese domingo fuimos como siempre a lo de mi abuela Chola. Es la mamá de mi mamá. Vive en Garín. Nos gustaba ir siempre porque tiene muchos árboles en los que nos podiamos trepar y hacíamos lo que queríamos. La abu es buena. Ella no sabe nada, se lo juro.
Somos siete hermanos, yo soy la única nena. Todos nos parecemos a mi papá, así como me ve, rubios de ojos celeste y blanquísimos. Mire mis pecas, ¿las ve? ¿son feas? El único distinto es el Brian que tiene pelo negro.
Yo soy la del medio. Mi preferido es el Jhony, desde que nació lo cuido. Mi mamá trabaja por horas y mi papá hace changas en la Capital para mi...tío. Así que vuelven a la noche.
Ese domingo fuimos sólo tres. Kevin, Brian y el Ian tenían partido. Y al Jhony mamá lo llevó al hospital a la Capital. Tenía asma o algo así, creo...No, se...
La abu Chola nos dió de comer y mis hermanos fueron a treparse a los árboles. Yo estaba cansada.
Ay, Dios!, tenía ocho años, ¿se lo dije?. Sí, ocho, por Dios!!!!
Fui al baño para lavarme las manos y ví que se abría la puerta. Por el espejo ví que era mi tío. Seguí lavándome y él me tomó por el hombro.
¡Cerró la puerta!
¡Cerro la puerta!
¿Por qué no grité? ¿Por qué me quedé quieta? Explíqueme, ¿Por qué fui tan cobarde? ¿Por que....?
Sí, gracias. Estoy mejor. Deme un poco más agua. Pero déjeme seguir, quiero hablar....
No quiero contar lo que me hizo...¿se imagina?...sí, ya se, no necesita detalles...
Pasaron los años y guardé silencio. Ibamos los domingos pero cuando podía inventaba algún dolor o le pedía a la Yesi que me invitara a la casa...
Pero lo veía siempre, todas las noches...lo sigo viendo....Quiero que se vaya, ¡Ayúdeme!
No quiero vivir odiando a otra gente por su culpa...él es al que odio...¿me entiende?
Por eso hablé, se lo conté a mi mamá. Ella no le quiere contar a mi papá porque tiene miedo de que lo mate, ¿me entiende? y mi tio le da trabajo. ¡Pero yo quiero salvar a mis hermanos!
¡Me muero si agarra al Jhony!
Mamá ya no nos deja ir. Dice que soy valiente porque pude hablar...Y ahora se lo cuento a ud. profe, quiero olvidarlo...¡Ayúdeme! No quiero sentirme más sucia.
Soy Ariadna, tengo doce años...
La Negra