lunes, 27 de julio de 2009

La ofrenda.

El alma humana es extraña, inescrutable, impredecible. No creo que se pueda anticipar como actuará alguien. No somos inevitables perros de Pavlov. Somos un engranaje complejo de sensaciones, sentimientos, deseos. Somos la refutación perfecta contra el racionalismo, el determinismo o cualquier doctrina o superstición predictiva.

Tal vez por eso jamás comprendí a Marcelo. No era necesario espiarla a Julia como lo hacía, eran amigos. Si le gustaba se lo podría haber dicho. Hasta creo que a ella no sólo no le hubiera molestado sino que hasta le hubiera gustado.

Creo que era una especie de compulsión la de Marcelo. En realidad no me quiero meter en psicología de café, no entiendo nada de esto. Prefiero callar todo tipo de conjetura inútil.

Cada tarde a las cinco y media tomaba un banquito que había comprado especialmente, se dirigía al baño y lo colocaba en la bañera para alcanzar la ventana que funcionaba de ventilación. Daba justo al contrafrente, que a su vez enfrentaba la fachada del edificio de Julia. Desde allí podía mirar directamente la ventana de la pieza de ella. Sabía perfectamente que a esa hora estaba porque Julia llegaba de su trabajo y se preparaba para ir a tomar sus clases de yoga.

La espiaba. La espiaba deseándola. La espiaba deseándola y ella ausente de todo. La espiaba y ella ausente de todo y tranquila se desvestía como disfrutándose. Sentía placer por mirarse, tocarse, conocerse y reconocerse frente a un gran espejo que tenía junto a su cama. Era para ella desde su adolescencia un ritual poblado de música y aromado con sahumerios. Era feliz. Se sentía bien con sigo misma, completa, satisfecha.

Él en cambio no. Su única satisfacción era mirarla. Sin esa imagen la inquietud lo acosaba. Mirarla era el éxtasis, la locura, el deseo. Pero la ausencia de esa imagen deseada era la constante interrogación, la conjetura, los supuestos. El día que no la encontraba era agitador, buscaba excusas para llamar a amigos para averiguar por ella. Era muy cuidadoso, jamás nadie sospechó nada. Otras veces la llamaba a ella o al trabajo o bajaba al jardín para ver el edificio de ella y asegurarse que no estuviera por allí. Si la veía charlando, se ponía furioso e impaciente. Hombre o mujer le daba igual, consideraba que era una descortesía por parte de ella. La estoy esperando y sigue chusmeando. ¿Qué tendrá de importante que decir? Se que alguna que otra vez se cruzó caminando distraídamente, la saludó y se detuvo a charlar. Intentaba boicotear la conversación que llevaba con la otra persona, de manera tal que no le quedara otra cosa que irse a su casa.

Tal vez haya empezado como un juego. Sí, creo que es lo más probable. Pero poco a poco dejó de serlo. Jugaba, me parece, a descubrir secretos. En un principio para tener alguna complicidad con Julia. Luego para tenerla. El saber es poder y él tenía el poder de los secretos de la intimidad. De sus solitarios juegos. Del deleite frente al espejo. De las manos dibujándose tarde a tarde. De la satisfacción. De la felicidad. Anotaba todo, llevaba puntualmente el detalle de todo, nada, ni lo más mínimo que hacía Julia dejaba de estar anotado. Planeaba viajes, trabajos, diversiones, peleas. Tenía en cuenta a cual escuela llevarían a su hija, porque tendrían una sola y mujer, llamada Julia también. Me gusta que se llame igual que vos, pero nada de tener parejita, con la niña sola nos basta, para qué más. Además, aquí, el único hombre soy yo. ¿Me entendiste? Quiero que tenga una educación muy estricta, debemos anotarla en ingles y también en algún deporte. ¡No! Mejor la danza, deporte y arte unidos. Tiene tu mismo cuerpo y mi inteligencia, es una pena que no lo trabaje. No como hicieron los idiotas de tus padres que no pusieron ningún interés en vos. Sos una mediocre por eso…podrías haber llegado a más…pero los muy bestias no tienen cultura. Nuestra hija será distinta y vos no harás nada para arruinarla. Sos solo la tierra, yo la semilla y el tutor… callate putita y seguí en lo tuyo, yo me encargo de la nena.

Otra tarde y otra tarde, ahí estaba, como siempre, cada vez más impaciente. - ¡Cómo se toca! Se saca la ropa como jugando. La muy puta sabe que la miro… ¿lo hará para otro? Sí, es una perra, lo hace para otro y me lo hace a propósito, porque sabe que la miro. ¿Cómo lo supo? Sí… ¡por favor! ¡tocate! ¡Así! No…no…más suave…dibujate…sentite….Perdido en la obsesión comenzaba a frotar su pene mecánicamente. Se masturbaba con compulsión. Necesitaba de la excitación de la imagen de Julia como de una droga.

Ella ignorante de todo…

Una extraña danza se gestaba en el aire entre uno y el otro. Bailaban el disfrute, el goce, el odio, el deseo, el amor. Pero lo extraño era que las parejas no se formaban, disputaban una feroz lucha en la mente de Marcelo y se convertían en certezas y verdades, sólo por él comprendidas. Cada tarde la amaba y cada tarde la odiaba. Lo que era antes una distracción se convirtió en una verdadera cárcel. No dormía por las noches, la soñaba. Volvía a verla, volvía a insultarla, volvía a tocarse, volvía a amarla. Le dolía el cuerpo. Sí. Ya Julia le dolía, la necesitaba vital y urgentemente.

Cuando se perdía en sus fantasías, repasaba en su mente cómo iba a tratarla. Unas veces suavemente se pensaba rozándola, adorándola como a una diosa. En otras ¡la muy puta, tiene que saber quien manda! por eso la tomaba de los cabellos, los tiraba hacia atrás, le mordía los labios, el cuello, las tetas. Le pegaba, le pegaba. Le seguía pegando hasta que pedía por favor que la perdonara, que nunca más lo traicionaría. Después lloraba. Lloraba amargamente. Lloraba amargamente, como un niño desconsolado. Le pedía perdón. Le juraba que nunca más lo haría. Le secaba la sangre del rostro. Entonces ella lo besaba. Le besaba los ojos. Le besaba los labios. Le besaba el cuello. Le besaba las orejas. Le besaba los pies. Le besaba el pene hasta hacerlo estallar como un volcán ardiente. Luego se dormían abrazados. Era cuando despertaba o dejaba de fantasear o…

O no se qué le pasaba, ni él tampoco. Ya no distinguía la realidad de sus sueños. Ya no había vísperas para por fin mirarla. La mirada se transformó en eterna. Cubría cada segundo de su vida.

La necesitaba. Amargamente la necesitaba. Esto era algo que ¡no lo podía permitir! ¿Si fuera de otro? Es de otro. Seguro que la ramera es de otro. Pero ¡no puede serlo! Sólo yo la amo como ella se lo merece. ¿Y nuestra hija? ¿Le importa? ¿Cómo se irá con otro? A ¡no! La nena es mía. No puede hacernos esto! ¡No puedo permitirlo! No se lo podés permitir Marcelo, ¿me entendés? Tenés que hacer algo. Imaginate que no es posible que desprecie todo lo que tenés planeado para ellas. Tanto esfuerzo, tanto sacrificio. ¡Algo tenés que hacer! ¿Pero qué hago, decime qué hago? Tenés que liberarte de Julia.

Las voces se multiplicaban en su interior. Era habitado por miles de demonios. Cada uno le sugería distintos caminos. Todos tortuosos. Todos infernales.

Esa tarde no tomó el banquito ni fue al baño. Pasó por la cocina, tomo un cuchillo y una bolsa que tenía preparada. Salió de su departamento, cruzó el parque, caminó hacia el edificio de Julia. Estaba el portero baldeando y como lo conocía pudo entrar sin problemas. No quiso utilizar el ascensor. Subió lentamente los cinco pisos que lo separaban del ella. Deslizó su mano hasta su espalda y extrajo un cuchillo que tomó en su casa antes de salir.

Toco el timbre. Se abrió la puerta.

Lo que sigue fue una carta, el cuaderno donde anotó todos los actos vividos, un ramo de flores, unas alianzas, sangre derramada sobre el umbral y los gritos aterradores de Julia al ver el cuerpo de Marcelo tirado con el cuchillo en el cuello. Como una ofrenda. Sin vida. Libre ya de Julia.
La Negra




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