-¿Se puede amar a dos personas a la vez?
-Sí, claro. A varias. En cada una se puede amar distintas cosas.
-Pero...enamorarse. ¿Puede uno enamorarse de dos personas a la vez?
Raúl casi solemne tomó el rostro de Sofía con sus dos manos. La miró fijo a los ojos. La miró fijo a los ojos como un encantador de serpientes. La miró fijo a los ojos como un encantador de serpientes y le dijo frío, seguro, dominante: -Sí, lo sabés perfectamente. Y a varias. Apasionadamente.
Sofía guardaba silencio. Un profundo y reverencial silencio. El mismo que guardaba cada vez que Raúl la instruía en algo.
Ella lo consideraba su mentor, su maestro. Lo llamaba cariñosamente su gurú. En cierta forma lo era. Jamás Sofía discutía nada; todo lo que él le enseñaba era dogma. Había sido profesor en la facultad y ahora en su vida. Era una relación casi mística, religiosa, de fe, de entrega y cargada de rituales.
Se conocían hacía ya tres años y compartían tardes, noches o mañanas, según él dispusiera.
Raúl tenía varias más. Tenía muchas. Todas sabían la existencia de todas pero ninguna se conocía entre sí. Era una forma de ser la única. Cada única era la única en el momento en que estaba con él.
A Sofía la atrapaba la cultura que él ostentaba. Varios idiomas, varios títulos obtenidos por todo el mundo, contactos, amistades, reuniones. Pero esta cultura era autoritaria, de aristócrata. Ella no. Todas ellas tenían alguna debilidad. El sabía hablarle a cada una para atraerla. Lograba hacer que lo deseen, que lo necesiten. Ellas terminaban otorgándoles en poder en sus vidas.
Una tarde Sofía fue como habían quedado. Siempre estaban pactadas las citas. Nada quedaba librado al azar.
Ella llegaba. Se cambiaba con la ropa que el quería que tuviera ese día. Encendía un sahumerio. Preparaba te de jazmín y se dirigía con él a unos hermosos almohadones que eran una especie de asiento en el suelo. Esperaba. Hasta que él se disponía a venir.
Ahora si las cosas tenían cierto azar, una veces él conmenzaba con sus discursos, sobre él tema que lo obsesionaba ese día, sobre una investigación que emprendería, sobre o un libro que leyó o sobre uno que pensaba escribir, podía ser una larga diatriba contra el energúmeno de turno que lo había criticado. En fin, lo que se le ocurriera.
O...pasión. Una voraz pasión casi salvaje que ellos mantenía. Que mantenía con todas. Tambié con sus reglas y sus tiempos. Siempre, siempre en su cuarto y en su cama.
Esa tarde Sofía estaba rara. Preparó el te. Encendió los sahumerios pero no se cambió. Caminaba lenta pero agitada por la habitación.
Un detalle así no podía quedar fuera de la mirada de Raúl.
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-Sin juegos, Sofía.
Ella lo miró con una calma hasta ese momento ausente.
-Tengo un amante.
-¡Qué interesante!, contame.
Era la primera vez que ella hablaba. ¡Tenía algo para contar! Poseía algo que el no tenía: una revelación. Era una nueva Sofía.
Desde ese día cada encuentro traía las novedades del otro amor. Raúl esperaba los relatos morbosamente. Con detalles. Todos.
Sofía estaba radiante, "el otro" era atento. La llamaba a deshoras, le mandaba mensajes, comian en distintos lugares. Paseaban. Caminaban. Caminaban. Caminaba,
El fantasma del poder se cansó de reposar tranquilo en el alma de Raúl y entró en acción. Estaba perdiendo la voluntad de Sofía, "el otro" tenía que desaparecer.
La cito una noche. La citó una noche y ella acudió como siempre. La citó una noche y ella acudió como siempre pero no la dejó hablar. La citó una noche y ella acudió como siempre pero no la dejó hablar, le ordenó que dejara "al otro".
El tono fue tan fuerte que Sofía sintió pánico. Respondió la antigua Sofía.
-Sí, lo haré.
No hubo discusión.
Los siguientes días repitieron el pasado. Té. Sahumerio. Ropa. Pasión. La de él, en Sofía algo se había roto para siempre.
-Se suicidó.
-¿Quién?
-Mi amante. No soportó que lo dejara. Me imploró. Me regó de mil maneras pero le dije que te amaba más a vos. Que no podía volver.
-Mejor - respondió Raúl seco, frío, complacido- Era un problema y un problema que no existe deja de serlo.
La antigua Sofía lo miró inmovil. Sintió que una daga invisible pero profunda se le clavaba en el centro del alma.
-Me voy. Hasta mañana.
.Ah! me olvidaba. Suspendemos lo de mañana. Me voy de viaje con Marcela. Nos vemos la semana próxima.
-Muy bien, mucha suerte.
Todo fue inútil. Su amante nunca existió. Ella lo habia inventado para que Raúl la mirara. Pero ese invento la había cambiado. La fascinación por su gurú había muerto. Ya no soportaba a la antigua Sofía.
Necesitaba a su amor. "Al otro" inventado.
Se fue a dormir. Se levantó al medio dia. Estaba sola en la casa, su madre y su hermano ya se habían ido a trabajar. Aprovechó para entrar en el cuarto de su madre y tomó unas cajas con barbitúricos y otra con traquilizantes.
Fue a la casa de Raúl. Ya se había ido con Marcela.
Comenzó el ritual.
Preparó un te de jazmín. Prendió un sahumerio. Tomó 4, 5, 6, 10 pastillas tranquilamente con el té. Se desnudó.
Se dirigió al cuarto. Se dirigió al cuarto y se acostó en el tálamo de su gurú. Se dirigió al cuarto y se acostó en el tálamo de su gurú el mismo al que llevaba a todas.
Allí, tranquila, comenzó el camino para buscar "al otro", a su amor.
La Negra.
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